Publicado: 24 de Octubre de 2016 a las 10:16

¿Que les pasa a los adolescentes?

La educación que reciben los adolescentes depende de la forma en que las personas adultas les vemos, de la construcción social e íntima que hacemos de la adolescencia. Además la forma en que vemos a los adolescentes y en consecuencia el trato que les ofrecemos, les influye en su forma de verse a si mismos y de percibir el mundo de los adultos.

Adolescente tiene su origen etimológico en adolescens o adulescens, significa “que crece”, aún así muchos autores defienden su asociación con adolecer, “estar aquejado o padecer una enfermedad”; nos resulta más fácil verles como “enfermos” que en un proceso sano de crecimiento.

La adolescencia es un proceso evolutivo pero también una realidad social y familiar; hay que asumir que esta realidad “molesta” porque incumple nuestras reglas; su forma de vivir las emociones, su capacidad para cuestionar y discutir lo indiscutible, la inestabilidad anímica y otras tantas cosas, suponen una amenaza para los adultos. Esto propicia una postura ante la adolescencia que les adjudica un papel social en función a lo que nos pasa a nosotros/as (los adultos); no es casual entender la adolescencia como problemática e indisciplinada y relacionarnos con ella desde el control por autoridad. Estamos intentando cubrir nuestras necesidades. Probemos a mirar la adolescencia desde su realidad y no desde lo que implica a la nuestra.

El proceso fundamental en la adolescencia es la construcción de la identidad, buena parte de lo que hacen es una afirmación de su existencia y un ensayo de formas de ser y estar. Un entrenamiento que se realiza en el escenario que los adultos, activamente o por negligencia, les ofrecemos. Este tránsito implica una serie de manifestaciones que, aunque provisionales y naturales, requieren un seguimiento y casi siempre una regulación externa. Jacques Rousseau decía que la adolescencia es como un segundo parto, “…en el primero nace un niño y en el segundo un hombre o una mujer”. Usemos como ejemplo los cambios físicos en el embarazo, a veces suceden de forma amable y otras con serias complicaciones, pero siempre es recomendable un seguimiento médico para ayudar a que los cambios se desarrollen de la forma más adecuada. En este caso nos resulta más sencillo tener una visión a medio plazo para entender como provisional y útil una realidad que puede ser compleja y molesta. Sabemos que lo que pasa es normal, que es temporal, que es parte de un proceso. No dejamos que “las cosas sucedan solas”, pero tampoco entendemos que lo que acontece sea “patológico” ni pretendemos que suceda de otra forma, simplemente hacemos lo necesario. Continuando con la imagen de Rousseau, acompañemos a nuestros adolescentes con la misma ternura y paciencia que ponemos en un embarazo, por supuesto que puede ser molesto y costoso, muchas facetas de la vida lo son. Recordemos además que el parto es doloroso y traumático para ambas partes, para la madre y para el bebé, también la adolescencia es difícil para ambas partes, los adolescentes y los adultos.

Los adolescentes necesitan realización y autonomía para desarrollar una identidad, también precisan socializar para construir un referente afectivo y social desde donde relacionarse con ellos mismos y con los demás, requieren un escenario adecuado donde poder elegir objetivos propios y desarrollar formas de acceder a ellos, sentir control y capacidad; espacios y formatos de relación entre iguales, familiares y sociales que les den una identidad, un sitio que les permitan brillar y reafirmarse, en el presente y a medio plazo.


Como adultos podemos facilitarles las condiciones para que hagan su proceso de la mejor manera posible, pero para ello tenemos que permitir que ocupen un lugar en nuestra realidad y, este es el problema, aceptar la adolescencia, no negarla ni juzgarla. Dedicar el tiempo y el espacio necesarios aunque nos moleste o nos interrumpa. Nadie se enfadaría con una embarazada porque anda despacio, pero con facilidad nos enfadamos con los adolescentes por ser adolescentes. Si no ofrecemos el espacio para que hagan lo que necesitan, los adolescentes lo toman por si mismos como buenamente pueden, y no suele ser un proceso amable.


Si somos padres, el primer paso es aceptar que la adolescencia es una molestia en la gestión y disfrute la vida que ya teníamos construida, y asumir que ahora ha cambiado. Esta etapa nos pide atención, disponibilidad, tiempo y energía. Como las pedía el primer año de vida de nuestros hijos, pero a los adolescentes les exigimos “responsabilidad” sobre sus actos (y claro que es parte de su proceso aprender de las consecuencias de lo que hacen, por supuesto, pero no les culpemos por ser adolescentes). Una mujer embarazada es responsable de algunas facetas de su embarazo como su alimentación, beber alcohol o fumar y podemos “enfadarnos” si hace o no hace determinadas cosas. Pero una embarazada no es responsable de engordar, tener gases, cambios de humor o de que se le hinchen las piernas, el embarazo implica manifestaciones sobre las que no tiene “responsabilidad” ni control. También en la adolescencia hay manifestaciones que no son “culpa” del adolescente, sino parte del proceso de cambio en el que está inmerso.


Todos/as hemos pasado por esa etapa y no está de mas recordar que tampoco era fácil vivirlo desde el otro lado. Siguen siendo nuestros hijos/as y aún tenemos la responsabilidad de facilitarles el entorno que mejor cubra sus necesidades de desarrollo, es una de las últimas etapas de la crianza y cuando parecía que se iban a hacer mayores y que nuestra labor ya no era tan necesaria... sucede justo lo contrario, llega una etapa en la que nos necesitan mucho y reclaman que estemos presentes. No está pasando nada malo, ni extraño. Es la adolescencia.


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